En Mataelpino, en plena Sierra de los Porrones, un grupo de burros vive en comunidad gracias a una asociación local que les da cuidados, compañía y un propósito: prevenir incendios. ¿Lo mejor? Puedes apadrinarlos, conocerlos y formar parte de su día a día.
Los burros, como muchas otras especies domésticas, han sido olvidados en la era del tractor y del turismo exprés. Pero aquí, en la Sierra de los Porrones, han encontrado refugio y comunidad.
En esta asociación, los burros no están para decorar postales ni para montar en fiestas. Viven en comunidad, como les gusta: acompañados, con espacio para moverse, con cariño y atención. Porque aunque muchos lo ignoren, los burros son animales profundamente sociales. Necesitan contacto, juego y vínculos emocionales reales.
Por eso, además del cuidado diario, la asociación ha creado un programa de apadrinamiento pensado para que cualquier persona pueda implicarse de verdad. Por 15 euros al mes, puedes visitar a tu burro apadrinado, recibir noticias sobre él, ayudar a alimentarlo, salir de ruta por la sierra e incluso participar en actividades con otros padrinos y voluntarios. El objetivo no es solo económico: es crear vínculos.
Esta asociación no cuida burros como quien acumula reliquias rurales. Los cuida para devolverles su lugar en la tierra y, de paso, para proteger el monte que los rodea. Porque estos animales de orejas largas son también trabajadores discretos pero eficientes: trabajan por el monte. Su labor consiste en realizar un desbroce ecológico, es decir, alimentarse del pasto seco y del matorral inflamable que, de acumularse, podría ser el combustible perfecto para los incendios de verano.
A diferencia de cabras u ovejas, los burros no dañan la vegetación más sensible. Son selectivos, y si se gestionan bien sus movimientos, el equilibrio ecológico no solo se mantiene, sino que mejora. Su trabajo empieza en primavera, cuando la hierba está aún verde, y se intensifica a medida que se acerca el calor.
Son, en definitiva, bomberos de cuatro patas, que con solo comer (y hacerlo bien) ayudan a prevenir incendios de forma natural, silenciosa y sostenible.
Este modelo ya ha funcionado en otras regiones de España y Francia. Pero aquí, en Mataelpino, hay algo especial. No solo se protege al medioambiente: se crean relaciones entre personas y animales, entre vecinos, entre generaciones.
El proyecto atrae a familias, escuelas, amantes de la naturaleza y voluntarios que buscan reconectar con lo esencial. Porque los burros, con su calma y su presencia constante, enseñan más de lo que parece: enseñan a estar.
La próxima vez que pienses en colaborar con el medioambiente, quizá no necesites plantar un árbol o recoger basura. Quizá lo único que necesites es acercarte a Mataelpino, conocer a uno de estos burros y dejarte sorprender.
Porque en tiempos de velocidad, hay propuestas que apuestan por la pausa. Y a veces, el cambio empieza con un paseo lento y una caricia en el lomo de un burro.